En ningún sitio era tan
irrebatible mi soledad como en un centro comercial. Ver a tanta gente feliz
junta hacía que me sintiera como un animal salvaje suelto por la ciudad. Con instintos
asesinos, pero en realidad, con más miedo yo de ellos que ellos de mí. Un niño
de dos o tres años me miraba con cara de susto desde su carrito. Pobre, pensé,
aún te queda mucho por sufrir en esta vida, ya llegará tu ocasión. Andaba a
contracorriente entre la gente, con la mirada baja, intentando evitar sus
miradas acusadoras que me gritaban: Tú estás sólo, y nosotros no. Llegué por
fin a la planta superior y entré en el viejo almacén de ropa al que me dirigía.
La joven dependiente esbozó una sonrisa forzada, aceleré el paso y la perdí de
vista. Pronto encontré lo que buscaba, y a muy buen precio. Evidentemente, no
podía permitirme ningún lujo, pero después de pagar, salí de allí con la
sensación de haber tenido (por fin) algo de fortuna. Qué lástima que ese
pequeño golpe de suerte en mi vida hubiera llegado en algo tan insignificante
como la compra de una camisa de segunda mano. Al salir del almacén, mi pequeño
momento de júbilo se vino abajo en un instante. La escandalosa muchedumbre
ansiosa por consumir, me quitaba las ganas de vivir. Aceleré el paso, tenía que
salir de allí. Cuando ya tenía cerca la salida, la prisa hizo que chocara con
violencia con un anciano. Creo que lo rápido que iba le hizo caer, pero no me
molesté en girarme, sólo quería salir de allí.
Cuando llegué a casa, tenía
la sensación de que aquella tarde había durado cien años. En la soledad de mi
hogar, las cosas no mejoraban en absoluto, pero al menos no tenía que
enfrentarme a las miradas acusadoras del resto del mundo. Tras servirme (hasta
arriba) una copa de whisky, encendí mi viejo televisor, él nunca me miraba con
aquellos ojos que había notado sobre mí en el centro comercial. La incoherencia
de todo lo que ese maldito aparato emitía, hizo que a los pocos minutos,
lanzara la copa en un arrebato de ira desenfrenado. Estaba rota, pero lo peor
de todo era, que si quería otra, debía volver a aquel detestable centro
comercial.
Vaya fenómeno
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