XXVII

XXVII

2 de julio de 2013

VII



Parpadeé unos instantes y observé a mi alrededor. Cuando comprendí dónde me encontraba, le miré fijamente a los ojos, pero me ignoró, estaba muy atareado con su trabajo. Sin embargo, continué haciéndolo, necesitaba que me prestara atención. Con gran esfuerzo logré agarrarle la muñeca izquierda, y apreté con todas mis fuerzas, o las pocas que conservaba. Esta vez sí, sorprendido, dejó el bisturí y me miró a los ojos, nuestras miradas al fin se encontraron.  Ahí fue cuando le supliqué, con el alma, a través de mis ojos, pues no tenía otra manera de hacerlo. No tenía fuerzas para articular palabra, así que le miré fijamente a los ojos, recé porque supiera entender mi mensaje. Sólo veía sus ojos, tras unas gafas, el resto de su rostro estaba tras la mascarilla, y su cabeza se encontraba tapada también por un pequeño gorro.  No sé cuánto tiempo nos miramos, pero como temía, aquel doctor no supo entender lo que mis ojos suplicaban. Dirigió unas palabras a una de sus enfermeras, de las que solo pude entender la palabra anestesia. Acto seguido, otra, situada tras de mí, aplicó un tubo sobre mi boca. Antes de caer dormido de nuevo, tuve las fuerzas suficientes para coger el bisturí y clavármelo en la herida que me había llevado hasta allí. Otra enfermera lanzó un grito, mientras el doctor me agarraba la mano ensangrentada y gritaba órdenes, de las que ya no pude entender nada. Todo me daba vueltas, las palabras sonaban como ecos lejanos y mis ojos se cerraban poco a poco. Caí otra vez en un profundo sueño.

Al despertar, sólo en aquella cama de hospital, mis mayores temores se hicieron realidad, seguía con vida.

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